Contenidos en el artículo
- 1 El efecto mariposa. Pequeñas decisiones hacen que puedas cambiarlo todo.
- 1.1 Os prometo que no pensé absolutamente nada. ¿Qué tenía que pensar? ¿Si irme o quedarme? Por favor, era una simple becaria que acababa de llegar a una empresa donde ni la mayoría conocían mi nombre. Acababa de finalizar mi licenciatura y estaba terminando el máster, ansiaba poder empezar a trabajar. Y tal y como en 2013 estaban (y aún continúan) las cosas en España, ¿qué iba a pensarme? Evidentemente por mi cabeza ni asomó la idea de quedarme allí. A todo dije que SÍ y ¡para adelante!
- 1.2 En la vida se me hubiera pasado por la cabeza que acabaría trabajando en Sudáfrica.
- 1.3 El estar fuera no es un camino de rosas, conlleva un gran esfuerzo, que no sólo es al principio, pues como os cuento en un primer momento todo puede resultar más llevadero por ser una experiencia novedosa. Pero con el tiempo te vas encontrando situaciones difíciles.
- 1.4 Me desenvolvía con soltura, aprendía cada día, me encontraba cómoda y fue mi hogar durante todo ese tiempo. Sentía que mi etapa allí aún no había acabado.
- 1.5 ¡Pasé de estar viviendo en la Sudáfrica profunda a vivir en esa maravillosa ciudad! Después de casi dos años allí, fue toda una bocanada de aire fresco para seguir por un tiempo más.
- 1.6 Cuando venía a España todo me resultaba extraño; la gente, las costumbres, el simple hecho del idioma ya me parecía raro. Llegaba aquí y claro, todo el mundo continúa con su vida, las relaciones se enfrían y en parte me sentía un poco extraña.
- 2 Fuensanta Muñoz
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El efecto mariposa. Pequeñas decisiones hacen que puedas cambiarlo todo.
Colaboradora Invitada
Hace poco más de un año que llegué de mi “aventura por Sudáfrica”. Y digo aventura porque al principio eso es lo que era, o más bien lo que iba a ser. Porque lo que iba a ser una estancia de dos meses, ¡se terminó alargando tres años!
Cuando tomamos una decisión, por muy pequeña que sea, no somos conscientes de lo que esta decisión puede traer consigo. Creo y afirmo que todo sucede por algo, y el hecho de haber llegado hasta allí no fue simple casualidad.
Ni siquiera pienso que esto empezara el día que tomé la decisión de irme hasta allí, sino más bien, se fue fraguando el día que decidí venirme a estudiar un Master a Sevilla. Perfectamente podría haberlo estudiado en Málaga, pero por circunstancias personales de aquel momento, decidí estudiarlo en Sevilla.
El año fue transcurriendo y empecé a hacer prácticas en una empresa. Poco más de un mes pasó cuando me dijeron que si quería irme por dos meses a trabajar a la filial que tenían en Sudáfrica.
Os prometo que no pensé absolutamente nada. ¿Qué tenía que pensar? ¿Si irme o quedarme? Por favor, era una simple becaria que acababa de llegar a una empresa donde ni la mayoría conocían mi nombre. Acababa de finalizar mi licenciatura y estaba terminando el máster, ansiaba poder empezar a trabajar. Y tal y como en 2013 estaban (y aún continúan) las cosas en España, ¿qué iba a pensarme? Evidentemente por mi cabeza ni asomó la idea de quedarme allí. A todo dije que SÍ y ¡para adelante!
Desde ese momento y en tan solo unos segundos mi vida cambió por completo. En cinco días tuve que dejarlo todo aquí para irme. Un caos de papeles, pasaportes, mudanza, vacunas, nervios. Pero allí estaba, aquel 8 de agosto de 2013 en Santa Justa cogiendo el AVE, nerviosa y sin saber ni siquiera a dónde iba. Tan sólo sabía que mi destino final era Upington.
Las primeras sensaciones al llegar allí fueron increíbles. ¡Todo nuevo y tan diferente! No era consciente de donde estaba. Cuando tomé tierra y miré a mi alrededor aquel paisaje tan desolador pensé y dije, ¿de verdad que estoy aquí en Sudáfrica? ¿Aquí tan al sur del mundo? ¿Casi al límite de todo? ¡Si hace una semana estaba en Sevilla planeando mis vacaciones de verano! No podía ser verdad…
En la vida se me hubiera pasado por la cabeza que acabaría trabajando en Sudáfrica.
Pero he de deciros que todo fue transcurriendo muy bien y me fui adaptando rápidamente. No había elección. Aquello iba a ser mi hogar en los próximos meses, tenía que intentar estar lo mejor posible y aprovecharlo al máximo.
El tiempo fue pasando, profesionalmente iba avanzando y creciendo, personalmente progresaba a pasos agigantados. Sin duda viajar y vivir en el extranjero es algo muy enriquecedor.
Llegué con 22 años a Sudáfrica en un ambiente totalmente nuevo y diferente para mí. Reconozco que todo aquello y toda esta experiencia me hizo cambiar, me hizo madurar, me hizo adquirir una percepción diferente de las cosas. Empecé a valorar pequeños detalles que hasta ahora eran insignificantes para mí y fue allí donde realmente tuve la oportunidad de conocerme a mí misma. Recuerdo una de las veces que vine unas vacaciones a España las palabras de mi madre, “te fuiste siendo una niña, y ahora llegas y eres toda una mujer”. Y era cierto.
El estar fuera no es un camino de rosas, conlleva un gran esfuerzo, que no sólo es al principio, pues como os cuento en un primer momento todo puede resultar más llevadero por ser una experiencia novedosa. Pero con el tiempo te vas encontrando situaciones difíciles.
El simple hecho de ir al médico, abrirte una cuenta bancaria, poner una denuncia o verte tirada sola en mitad del desierto del Kalahari sin señal alguna de móvil en un camino de tierra sin más nada a tu alrededor. ¡Si eso no es superación que vengan y me lo cuenten! Sin duda todas estas experiencias te van modelando, nada pasa en vano por nosotros, o al menos no deberían.
Durante toda esta estancia a nivel personal van sucediendo cosas. Como os conté al principio iba a estar allí sólo por unos meses. Fueron muchos los motivos y causas que me llevaron a estar allí por más tiempo.
En primer lugar y por supuesto más importante es que yo estaba a gusto allí. A pesar de las dificultades, de estar tan lejos de mi familia y amigos, de trabajar en un país tan diferente, de los viajes tan largos cada vez que iba y venía, yo allí me encontraba bien. Ponía en una balanza todo lo positivo contra lo negativo y ¡el peso se decantaba sobradamente!
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Me desenvolvía con soltura, aprendía cada día, me encontraba cómoda y fue mi hogar durante todo ese tiempo. Sentía que mi etapa allí aún no había acabado.
Por supuesto mi idea de estar allí era temporal. Al principio me marcaba fechas límites de meses, y tras esos meses otros meses más. Pensar en años se me hacía como algo imposible, pero fue sucediendo. Aún no sentía que hubiese llegado mi momento. Era consciente que aunque aquella experiencia me estaba enriqueciendo muchísimo a nivel laboral y a nivel personal.
Por otro lado sentía que me estaba perdiendo otras muchas cosas por estar allí trabajando. Tenía 23, 24 años y cuando veía fotos de mi familia celebrando un cumpleaños, o me contaban que iban a ver procesiones en Semana Santa, que se iban a la feria, o que iban a comer todos juntos ese día. ¡Deseaba poder tele transportarme para estar allí con todos ellos! Era algo que había asumido desde un principio, pero en esos días que te da por pensar y esas cosas hacen un poco más de mella.
No obstante fue todo un aliciente cuando por movilidad de la empresa me trasladé a vivir a Ciudad del Cabo.
¡Pasé de estar viviendo en la Sudáfrica profunda a vivir en esa maravillosa ciudad! Después de casi dos años allí, fue toda una bocanada de aire fresco para seguir por un tiempo más.
Llegué con muchísimas ganas, con deseos de explorar la ciudad, de disfrutar de sus bares, de sus playas (aunque con cuidado ¡hay tiburones!).
Todas las mañanas de camino al trabajo veía el Table Mountain con el Lion Head al lado. Me gustaba dar un paseo por Waterfront y disfrutar de una buena copa de vino y esas ostras tan ricas en una de sus terrazas.
Ir a pasar el día a Sea Point, coger el coche e ir hasta Cabo Buena Esperanza y adentrarte a hacer una cata de vinos por una de las miles de bodegas que te encuentras en la Garden Route. Había miles de cosas que ver y saborear, y a mí me encantaba. Cierto es que durante la semana no podía permitirme nada de esto, pero durante el fin de semana había que exprimirlo. Sabía que eso era temporal, que tenía fecha de caducidad y que era toda una oportunidad el poder estar allí.
Fue pasando el tiempo e iba sintiendo que mi estancia llegaba a su fin. No era por motivos de trabajo. Era yo. Empecé a sentir las ganas de venirme para España y que ese tiempo había sido ya suficiente. Sentía la necesidad de volver a retomar mi vida y empezaba a tener ganas de ubicarme en un sitio. Mientras estás fuera pierdes eso de la identidad.
Cuando venía a España todo me resultaba extraño; la gente, las costumbres, el simple hecho del idioma ya me parecía raro. Llegaba aquí y claro, todo el mundo continúa con su vida, las relaciones se enfrían y en parte me sentía un poco extraña.
En ese momento mi lugar era Sudáfrica. Pero tampoco sentía aquel como mi lugar de pertenencia. Era muy raro y quizás difícil de explicar. Seguramente haya gente que leyendo esto me entienda perfectamente.
Por lo que llegó el día en el que tuve que empaquetarlo todo. Difícil guardar en una maleta tantas cosas y con gran nostalgia dejé atrás tres fantásticos e inolvidables años de mi vida.
Y bueno, ¿qué deciros al día de hoy? Me encuentro estupendamente de nuevo por España y por supuesto nunca jamás me arrepentiré de la decisión que tomé. Ha sido una experiencia que me ha marcado y no hay día que no recuerde algún pequeño detalle de aquella etapa.
Me quedo con sus increíbles puestas de sol, con sus amaneceres a tempranas horas del día, con sus cielos minados de estrellas, con la gente que he conocido, con todo lo que he aprendido. Me quedo con sus largas, infinitas y desiertas carreteras, con su increíble fauna salvaje, la sabana, con los molinos de viento, con sus bailes, su gastronomía, con sus colores.
Sin duda siempre me he sentido afortunada de haber tenido la oportunidad de haber vivido esta experiencia tan rica y peculiar. Pocas veces ocurre algo así en la vida y como dije al principio, todo sucede por algo. En esta vida tenemos que arriesgar y muchas veces sacrificar también, pues lo que quede por venir seguramente va a ser infinitamente mejor.
Y como suelo decir, ¡que las fuerzas, ganas y la ilusión nunca se pierdan!
Fuensanta Muñoz
Es una malagueña innata, afincada en la maravillosa ciudad de Sevilla. Es una persona con inquietudes y afán de superación constante. Lo que la lleva a ser exigente consigo misma y querer siempre aprender. Alegre, risueña, cariñosa, sensible, honesta y empática. A veces insegura, apasionada y soñadora. Estudió la licenciatura en Económicas y después hizo un Máster en Finanzas. Actualmente trabaja como Financial Senior en una empresa Multinacional en Sevilla.
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